lunes, 5 de agosto de 2019

Biografía de María Lucrecia Cortéz Centeno (Mi mamá)

Reseña biográfica de María Lucrecia Cortéz Centeno, “Maruja”.

Nació en Portoviejo, Manabí, Ecuador el viernes 26 de julio de 1929. Fue hija natural del Comandante José Hermógenes Cortés Portocarrero (Esmeraldeño) y de María Josefa Centeno Pita (Portovejence).

No tuvo un hogar estable ya que la relación de su madre Maria Josefa con el comandante José Hermógenes Cortés fue pasajera. El había sido enviado a Manabí a finales del año 1927 a cumplir una misión militar temporal, que consistió en acabar con los grupos de forajidos y cuatreros que empezaban a infestar la provincia y para eliminar las tendencias revolucionarias de izquierda que habían empezado a surgir en esa región. Para ese entonces María Josefa se había divorciado de su primer esposo el señor José Heriberto Suárez León, ciudadano Carchense quien era telegrafista del correo Nacional y con el cual engendró dos hijos: Bolivar Heriberto (1923) y Jorge Antonio (1926), quien fue conocido como “Paloma”.

Su madre Maria Josefa se conoció con el Comandante Cortés en una ocasión en la que éste y su pelotón se encontraban en una incursión cerca de la población de Junín y pasaron por la finca el Palmar, propiedad de la familia Centeno, lugar donde vivía en ese entonces su padre don Antonio Centeno Oroz, a quien ella había ido a visitar. José Hermógenes quedó muy impactado con María Josefa y sus hermosos ojos azules claros y se propuso conquistarla. El ya había adquirido cierta fama en toda esa región y era muy temido y respetado. Pero él no podía ofrecerle una relación estable debido a que se encontraba casado con su prima María Estupiñán Cortés, quien estaba radicada en la ciudad de Esmeraldas, lugar de donde el Comandante Cortés era oriundo. José Hermógenes tenía en ese entonces 45 años de edad y María Josefa 26 años.

A principios del año 1929 José Hermógenes y su gente recibieron la orden de retornar a Esmeraldas. Nunca más volvió a Portoviejo y aparentemente se olvidó por completo de María Josefa, quien se encontraba embarazada de él. Aquí surgen cuatro hipótesis: 1. José Hermógenes nunca supo que María Josefa quedó embarazada, 2. Supo que María Josefa estaba embarazada, pero cuando se enteró que dio a luz una niña, perdió interés en seguir en contacto con ella, 3. Supo que María Josefa había dado a luz una niña, pero no estaba seguro que fuera hija suya, y 4. Supo que había tenido una hija con María Josefa, pero no tuvo el valor de darlo a conocer a su familia en Esmeraldas.

Cualquiera que haya sido el motivo, lo cierto es que él nunca conoció a su hija María Lucrecia y ella nunca conoció a su padre.

Los primeros años de su vida María Lucrecia los vivió en Portoviejo con su madre y sus dos medios hermanos y fue conocida por su familia con el apelativo de “Maruja”; era una niña inquieta y rebelde, no solo había heredado ciertos rasgos físicos de su padre, sino también su temperamento irascible.

En noviembre de 1935 su madre Maria Josefa contrajo una infección intestinal, probablemente tifoidea, fue hospitalizada y durante su recuperación se antojó de comer maduro con queso, así es que le pidió a su hijo Bolivar, que le comprara esos alimentos, lo cual él hizo a escondidas. Esto le causó una grave complicación y falleció el 19 de noviembre de ese año a la temprana edad de 33 años, dejando huérfana a Maruja, quien para ese entonces recién tenía seis años de edad. A causa de esto Bolivar siempre llevó esa carga sobre sus hombros, sintiendo que él había sido el culpable del fallecimiento de su madre. Los tres hermanos tuvieron que ser repartidos entre sus parientes. Bolivar Heriberto, de 11 años de edad, fue entregado a su papá quien se mudó a Quito y fue criado allá con la familia Suárez; Jorge Antonio, de 9 años de edad, fue entregado a su prima Ida Centeno Zamora, soltera de 24 años e hija de su tío Bolivar Centeno Pita, quien lo crió con dureza por ser un niño difícil; y Maruja fue entregada a su prima Mercedes Maria Jara Centeno, quien para entonces sólo tenía 17 años de edad.

Mercedes María y su familia no contaban con suficientes recursos económicos, pero a pesar de las limitaciones, se esforzó por criar bien a Maruja. Tan pronto como le fue posible la matriculó en la escuela “Tiburcio Macias” que estaba ubicada en la esquina de las calles 10 de agosto y Olmedo, la cual era apodada “la cajita de fósforos” por la forma del edificio; en esos años el rector era el señor Felipe Saúl Morales, quien dirigió el plantel entre los años 1936 hasta 1939. En ese lugar Maruja recibió la educación primaria.

Sin embargo, dado que la situación económica no mejoró, Maruja se vio impedida de seguir estudiando. Para ese entonces Mercedes Maria ya había formado una familia con el señor Rafael Arturo Buenaventura y tenía un hijo recién nacido llamado Raúl, de modo que ella requería la ayuda de Maruja en la casa. Con el señor Buenaventura Mercedes María engendró tres hijos más, Wellington (1939), Ligia (1940) y Elza (1941), pero todos fallecieron siendo párvulos y sólo Raúl llegó a la edad adulta.

Cuando Raúl nació en 1938, Maruja ya tenía 11 años de edad. Tres años más tarde Rafael Arturo falleció dejando a Mercedes Maria sola y desamparada; poco después Mercedes Maria conoció a Guillermo Rodríguez con quien tuvo una hija en 1942 a quien le puso por nombre Yolanda, pero su relación con él fue pasajera. Para cuando Yolanda nació, Maruja tenía 13 años de edad. Raúl y Yolanda crecieron junto a Maruja a quien veían como su hermana mayor.

Para poder sobrevivir, tanto Mercedes Maria como Maruja consiguieron trabajo en una pequeña fábrica tabacalera en Portoviejo, donde fueron obreras por cierto periodo de tiempo.

El 19 de junio de 1945 fue fundado por decreto ejecutivo el Colegio Técnico Uruguay, por el en ese entonces, presidente José María  Velasco Ibarra, pero se lo hizo como Escuela de Manualidades Femeninas, en las especialidades de Corte y confección, Bordado y Labores. Entonces Maruja que ya era una jovencita de casi 16 años, fue matriculada allí para que aprendiera a coser. La primera rectora fue la dama portovejense Olivia García de Ordóñez. Durante los primeros años el colegio funcionó en el edificio de la Confederación Obrera Provincial, calles Sucre y Chile esquina. Allí estudió dos años teniendo que abandonar sus estudios porque Mercedes María, sus dos hijos pequeños y Maruja se mudaron a Manta en 1948, lugar donde ella consiguió trabajo con un señor de apellido Balda, gran comerciante y exportador de productos agrícolas y artesanales. Desde hacía ya 30 años Manta se había convertido en un gran centro exportador de tagua. Ciudad donde el italiano Giovanni Zanchi llegó en 1914 enviado por su familia, quienes eran fabricantes de botones en Italia y con el tiempo estableció una empresa para la elaboración de botones de Tagua en esa ciudad, creando fuente de trabajo para muchas personas.

Tanto Mercedes María como Maruja, trabajaban confeccionando carteras tejidas a mano y les cosían los botones de tagua, las cuales eran llevadas a Panamá, junto con sombreros de paja toquilla que eran elaborados en Montecristi. El señor Balda hizo mucho dinero con su comercio de botones de tagua y tenía gran aprecio por Mercedes María y por Maruja, debido a la habilidad que ambas tenían para elaborar las carteras, las cuales eran muy cotizadas en Europa donde eran llevadas a través del Canal de Panamá.

El 23 de marzo de 1952 muere asesinado en Esmeraldas el Comandante José Hermógenes Cortés. Maruja se enteró de esto un tiempo después a través de un recorte de periódico que llegó a sus manos y el cual conservó toda su vida, pues es todo lo que tenía de su papá. Esta fue una noticia triste para ella, sobretodo porque nunca llegó a conocerlo.

En 1953 estando todavía en la ciudad de Manta, Maruja conoció a un señor llamado Héctor Alberto Villacréces Altamirano, chofer de profesión, con quien se involucra sentimentalmente y de quien tuvo una hija que nació el 20 de marzo de 1954, le puso por nombre Ligia María. Aparentemente esa relación fue pasajera. (Este acontecimiento fue un secreto muy bien guardado por toda la familia en Ecuador y de absoluto desconocimiento por la familia en Colombia y no se descubrió sino hasta muchos años más tarde y de manera accidental. De modo que hasta la presente fecha nadie sabe nada acerca de este hombre, ni cuáles fueron las circunstancias en que Ligia fue traída a este mundo).

Siendo Mercedes María una mujer emprendedora, tenaz y con aspiraciones, decide mudarse a Guayaquil en busca de un mejor futuro para su hija Yolanda, para su hijo Raúl y para Maruja, quien se había convertido en madre soltera y por lo tanto con una boca más por alimentar. Viajan a la gran ciudad probablemente en 1956. Para esa fecha Maruja tenía 27 años, Raúl tenía 18 años, Yolanda 14 años y Ligia 2 años. En cuanto a Mercedes María, ya era una señora de 44 años, pero muy vital y gozaba de una excelente salud. Se radicaron en un antiguo caserón ubicado en la calle García Avilés y Luque. No tenemos información en que exactamente trabajaron durante esos primeros años en Guayaquil y cómo se sostuvieron.

A principios del año 1957 estando Maruja y Yolanda paseando por las calles del centro de Guayaquil, conocieron a un grupo de estudiantes universitarios, quienes se encontraban en una cafetería ubicada en la calle Chimborazo, muy cerca del Parque Seminario (También conocido como Parque Bolívar, o Parque de las iguanas), entre ellos se encontraban Rafael Horacio Díaz Arana y Alfredo Humberto Llanos Tangarife. Ese encuentro les cambió la vida a ambas y a ellos también, ya que a partir de ese momento estos estudiantes se propusieron conquistarlas. Rafael se fijó en Maruja y Alfredo en Yolanda. Pronto se hicieron amigos y los encuentros se hicieron frecuentes. Rafael era estudiante de Odontología y Alfredo estudiaba Química. A Rafael le faltaba un año y a Alfredo tres para culminar sus estudios Universitarios y regresar a Colombia.

Para cuando Rafael Horacio se enteró de que Maruja tenía una hija, él ya estaba enamorado y su interés en ella era tal que no se decepcionó, sino que continuó cortejándola. Pronto Ligia María, a quien todos llamaban “Pochita” por ser gordita, se convirtió en la atracción del grupo de estudiantes y llegó a ser muy querida por todos ellos, hasta el punto de que contribuían con dinero para que tuviera lo necesario para su alimentación.

A los pocos meses de conocerse decidieron formar un hogar, de modo que empezaron a convivir maritalmente, pero sin estar casados. Fue entonces cuando Rafael tomó la decisión de registrar a Ligia como si fuera hija suya e hicieron una serie de trámites, con el apoyo de amigos y parientes, pero no en forma legal, y Ligia fue inscrita en el Registro Civil como si fuera hija de ambos; constando además que había nacido en la maternidad Enrique Sotomayor de la ciudad de Guayaquil.

El 14 de febrero de 1958 se creó la facultad Piloto de Odontología, pues hasta ese entonces formaba parte de la facultad de Medicina como Escuela de Odontología y fue el primer decano electo el doctor Héctor Cabezas Monsalve, quien decide otorgar, al término de la carrera, el título de doctor en Odontología a todos los estudiantes.

Cuando Rafael y Maruja empezaron a convivir juntos, ambos tenían 28 años de edad. Pronto Maruja quedó embarazada y dio a luz un hijo varón que nació prematuramente en abril de 1958 y que necesitó de muchos cuidados. Rafael no se atrevió a contarle a sus padres de su relación con Maruja y mucho menos de que ahora era padre de dos hijos, Ligia y Jairo, ya que él dependía del apoyo económico de su papá, a fin de poder culminar su carrera y no quería contrariarlo. Su retorno a Colombia se había complicado con la aparición de Maruja en su vida y la paternidad de Ligia y Jairo, a quienes sus compañeros de Universidad llamaban cariñosamente “Pochita” y “Pistocho”.

Su prima Yolanda también estableció un hogar con Alfredo, quienes para ese entonces tenían 27 y 16 años de edad respectivamente. A Mercedes María le agradó el hecho de que sus hijas se involucraran con hombres que tenían una formación universitaria y una profesión médica, pero le aterraba la idea de que ambas tendrían que ir a vivir a Colombia y cambiar por completo su futuro, pero ellas ya habían trazado su destino de esa manera.

Entre junio y diciembre de ese mismo año, empezaron a incorporarse los primeros estudiantes que obtuvieron el título de doctor en odontología graduados en la recién creada facultad. Rafael se incorporó el 12 de diciembre de 1958. (Ver Libro “La historia de la facultad piloto de Odontología”, escrito por la Dra. Jessica Scarlet Apolo Morán, Ps. José Fernando Apolo Morán y el Dr. Eduardo Pazmiño Rodriguez).

Rafael celebró en grande este acontecimiento con sus amigos, lo cual resintió a Maruja. Para congraciarse con ella él le ofreció su título y le agradeció por el apoyo que ella le dio durante este último año de su carrera. La reconciliación dio como resultado que Maruja quedara embarazada nuevamente, pero ella no lo supo sino hasta dos meses más tarde.

Pocos días después Rafael viajó a Colombia, prometiéndole a Maruja que regresaría por ella una vez que ya estuviera establecido en Tuluá y con un trabajo estable. Su viaje de retorno a Colombia fue casi inmediatamente después de graduarse; él deseaba pasar navidad y fin de año con sus padres y sus hermanos, a quienes no veía desde hacía seis años, es decir desde que empezó su carrera, ni siquiera había vuelto a Colombia con la fatal noticia de la muerte de su hermano menor, Hernán, quien murió ahogado en el río Tuluá durante unas festividades en el año 1954.

Cuando Rafael regresó a Colombia, fue recibido con gran felicidad por su familia, él era el primero y a la postre el único de sus otros cuatro hermanos vivos, que lograba terminar una carrera universitaria. Su hermana Orfelina organizó una fiesta, con la intención no solamente de agasajar a Rafael Horacio, sino también de que pudiera conocer algunas de las damas solteras de la Sociedad de Tuluá. Rafael no había tenido la sensatez de decirle a su familia que había dejado en Guayaquil una mujer con dos hijos.

Los meses pasaron y Rafael no lograba encontrar una plaza de trabajo. Es probable que esta situación y la distancia, lo hayan hecho sentirse cómodo viviendo con sus padres, pues seguía sin tener el valor de contarles acerca de la familia que dejó en Guayaquil.

A mediados de ese año, un ex compañero de Rafael Horacio, viajó a Guayaquil para tramitar ciertos documentos en la Universidad, se reunió con Maruja y la alentó a que viajara a Tuluá en busca de él. Le dio toda la información necesaria de los trámites que había que hacer, los documentos que tenía que llevar, así como del itinerario y recorrido del viaje para llegar hasta esa ciudad; le dio además la dirección de la casa donde vivían los padres de Rafael Horacio (Carrera 24 # 26-46). Le advirtió que era una distancia larga y que el viaje le tomaría dos días sin parar. En aquella época las carreteras no eran buenas y los buses de transporte de pasajeros eran muy incómodos, sería un viaje difícil, sobretodo para una mujer sola, con dos hijos pequeños y en avanzado estado de embarazo. Algunos de los estudiantes universitarios que la conocían, reunieron algo de dinero para apoyarla con los gastos del viaje.

A principios de abril de 1959, habiendo organizado todo lo necesario y armándose de gran valor, Maruja se despidió de Mercedes Maria, de Raúl y de Yolanda y emprendió su viaje en busca de su destino, llevando sus pocas pertenencias en dos maletas y en su corazón un cúmulo de ilusiones. “Pochita” acababa de cumplir cinco años, Pistocho iba a cumplir un año en pocos días y ella se encontraba de cinco meses de embarazo de quien sería su hijo Ricardo Antonio. Fue un viaje duro. Solo se detuvo en Quito por un día para encontrarse con su hermano Bolivar, quien la ayudó con algo de dinero y prosiguió su viaje. Llegó a Tuluá terriblemente cansada, sobretodo por tener que cargar a sus hijos durante el viaje y por los malestares de su embarazo.

Aparecer en la casa de sus suegros Rafael y Bertilda repentinamente y sin que ellos supieran nada de su existencia, fue un verdadero baldado de agua fría para ellos. A pesar de su desconcierto la hicieron pasar a la sala de la casa y se mostraron amables con ella. Cuando Rafael Horacio la vio se le fue la sangre a los pies, se puso pálido y no sabía que decir. Nunca se imaginó que Maruja vendría a buscarlo trayendo a los dos niños con ella y se sorprendió mucho más al ver que se encontraba en embarazo. Su padre le hizo una sola pregunta: “¿Es cierto que ella es tu mujer y que estos son tus hijos? A lo que él respondió: Es cierto. Su padre le dijo: Entonces joven a partir de ahora usted deberá hacerse responsable de su mujer y de sus hijos”.

Aun cuando los padres de Rafael Horacio estaban sumamente decepcionados de su proceder, procuraron apoyarlo en todo cuanto les fue posible y tuvieron consideración por Maruja y los niños, lo cual fue un gesto de gran nobleza por parte de ellos. Sin embargo, no la aceptaron en la familia de buen agrado y sus cuñados tampoco. La relación entre Maruja y la familia de Rafael Horacio siempre fue distante.

Don Rafa conocía a un señor llamado Gentil Rivera, quien estaba alquilando una casa pequeña cerca del estadio de fútbol de Tuluá, sector que en aquel entonces era marginal y donde vivían personas pobres, tomó en alquiler la casa pagándole dos meses por anticipado y mandó a su hijo con su familia a vivir allá. Don Rafael, quien era un hombre de visión, estaba consciente que a su hijo Horacio le iba a resultar difícil encontrar pronto una plaza de trabajo como odontólogo, así es que decidió prestarle dinero para que se comprara todo el equipo odontológico necesario para que pusiera su propio consultorio. Lo mandaron a traer de Bogotá y pronto pudo empezar a tener sus primeros pacientes.

Los años iniciales en Tuluá fueron de gran sacrificio para Maruja, sin amigos, alejada de su familia y tratando de adaptarse a una nueva cultura. Por otro lado, en esa ciudad como en muchas otras de Colombia, todavía se podía percibir los estragos causados por la convulsión política y social de la tristemente llamada “época de la violencia” que se desató entre Conservadores y Liberales con el asesinato de Jorge Eliecer Gaitán, hecho acaecido el 9 de abril de 1948 y que a pesar de haber transcurrido once años, seguía cobrando vidas de ambos bandos. Don Rafa y toda su familia eran liberales, de manera que siempre vivieron con el temor de sufrir algún atentado. De hecho, Rafael Horacio fue perseguido en dos ocasiones por los “godos”, apelativo con el que se les conocía a los conservadores, salvándose de morir por muy poquito, lo cual ocasionaba que Maruja estuviera siempre muy nerviosa cuando él se iba a su trabajo.

Maruja tuvo cinco hijos que nacieron en Tuluá: Ricardo Antonio (1959), Jenny Maricela (1961), Rodolfo Iván (1962), Carlos Wilson (1964) y Raúl Horacio (1967). De modo que durante sus primeros 9 años en Colombia ella estuvo casi siempre embarazada. Los primeros cinco años no contaba con una plancha eléctrica, sino de carbón, no tenía una máquina lavadora de ropa, no tenían televisor, tampoco tenían teléfono y su única distracción consistía en escuchar música, novelas y noticias en una radio grande marca Phillips que sus suegros les habían regalado en la primera Navidad.

A medida que la situación económica fue mejorando fueron mudándose a una mejor casa y en un mejor sector de la ciudad. En 1963 Rafael Horacio tuvo la bendición de ser contratado por el Instituto Colombiano de Seguridad Social, para trabajar como odontólogo en un Centro médico que habían inaugurado recientemente en la pequeña ciudad de Riopaila, ubicada a 50 minutos en bus desde Tuluá, lugar donde debía desplazarse todos los días de lunes a viernes, con un horario de 8:00 AM hasta la 1:00 PM. En las tardes al volver a Tuluá, atendía en su consultorio particular desde las 3:00 PM hasta las 6:00 PM. Esto le permitió darle a Maruja y a sus hijos una mejor calidad de vida. Le compró una máquina lavadora de ropa y a partir de esa fecha Maruja tuvo siempre una empleada para ayudarle con los quehaceres de la casa.

Alfredo y Yolanda tuvieron dos hijas Carmen Elizabeth (1959) y Monica (1962), ambas nacidas en Guayaquil. Cuando Alfredo terminó su carrera trajo a su familia a Tuluá, pero debido a que a él le resultó difícil conseguir un buen trabajo vivieron por algún tiempo junto con Rafael y Maruja. Esto hizo que se desarrollara un fuerte sentimiento de hermandad entre los hijos de ambas.

El 18 de junio de 1964 muere inesperadamente su suegra Bertilda de un infarto severo al corazón. Este fue un suceso muy triste para su suegro, para su esposo y sus cuñados, pero a la postre se convirtió en una bendición para Maruja y su familia, ya que unos meses más tarde don Rafa, sintiéndose muy solo en una casa tan grande, invitó a Horacio y su familia a mudarse a vivir junto con él. Era una casa espaciosa, tenía cinco habitaciones grandes, un dormitorio pequeño para la empleada, dos salas, una sala comedor, cocina, dos baños y un patio con dos árboles de limón, uno de brevas (Higos), uno de guayaba y uno de chirimoya que nunca dio fruto. Además don Rafa tenía en la sala principal un televisor grande, la casa contaba con servicio telefónico y un calentador de agua en el baño principal. De modo que esto le cambió la vida a Maruja por completo. Quien iba a imaginar que la mujer que había llegado al portal de esa casa, con dos maletas, dos hijos pequeños y uno en su vientre, cinco años después se convertiría en la señora de esa propiedad.

Aún cuando Maruja ahora disfrutaba de poder ver los programas de televisión, continuó escuchando las Radionovelas, tales como “El derecho de nacer”, “Renzo el gitano”, “Kaliman, el hombre increíble”, “El león de Francia”, “La bruja del farallón”, entre otras y reunía a todos sus hijos para que escucharan las radionovelas junto con ella.

El 14 de julio de 1967 Rafael Horacio y Maruja contrajeron matrimonio civil y eclesiástico, requisito exigido por la Iglesia Católica para que sus hijos pudieran hacer la primera comunión. El matrimonio eclesiástico se llevó a cabo en la Parroquia San Bartolomé de la ciudad de Tuluá, ocasión en la que además fueron legitimados todos sus hijos, incluyendo a Ligia María. Para esa fecha Maruja se encontraba embarazada de su último hijo quien nació en diciembre de ese mismo año. Habían tenido que transcurrir diez años desde la ocasión en que habían organizado un hogar, para que esto pudiera darse. Maruja por fin se sentía feliz y segura.

En 1970 Maruja recibió una noticia triste, su primo Raúl, a quien ella amaba como un hermano menor, murió asesinado durante un asalto en Venezuela, país que él visitaba con frecuencia debido a que se había convertido en un comerciante de joyas. Murió soltero y sin hijos.

Las cosas no salieron bien para su prima Yolanda, quien terminó separándose de Alfredo, es una lástima que un profesional como él, quien había recibido el “Premio Contenta” de la Universidad por ser un excelente alumno, no haya podido encontrar un buen trabajo. Yolanda finalmente contrajo matrimonio con el doctor Otoniel Cifuentes Parra, colombiano, quien siempre la había amado. Con él Yolanda pudo tener todo lo que había deseado y ella le dio una hija, María Mercedes (1972), a quien Horacio apodó “Agatha” debido al color de sus ojos. Ellos se radicaron en Venezuela, pero también pasaban gran parte de su tiempo en Cúcuta, ciudad colombiana ubicada en la frontera con Venezuela y siguieron visitando a Maruja y su familia cuántas veces la vida ocupada que tenían se los permitió.

Maruja fue siempre una mujer muy activa, participó en actividades sociales y culturales. Formó parte del patronato en las escuelas de sus hijos y en los colegios. Tenia una gran capacidad manual, era capaz de construir un gran gallinero, pintar la casa, tapizar los muebles, hacer cojines, bordar tejidos, coser ropa, arreglar la plancha, construir jaulas para los animales. Hizo cuanto curso artesanal le ofrecían de modo que la casa estaba decorada con cosas hechas por ella, cuadros repujados en metal, perros de peluche, platos decorados etc. También hizo un curso de repostería, pero no le gustaba cocinar, lo hacía sólo en casos especiales. Además amaba los animales; en el patio tenía todo un zoológico con pavos, gallinas, faisanes, conejos, patos, gansos, codornices, tortugas, monos, loras, gatos, perros, palomas, un cerdo y un chivo, lo cual demandaba muchos cuidados y gastos significativos.

También tenía cierta inclinación hacia la quiromancia y el ocultismo, compraba cuanto amuleto le ofrecían para la buena suerte, consultaba a los adivinos y creía fuertemente en las cartas astrales y lo que indicaban los signos del zodiaco. Influenciada por ciertas amistades aprendió a leer las cartas y llegó a hacerlo por dinero, lo cual era del total desagrado de Horacio. Con el tiempo abandonó casi por completo dichas prácticas.

A medida que sus hijos fueron creciendo, las necesidades y gastos se fueron haciendo mayores, el dinero que obtenía su esposo no era suficiente para cubrir los gastos que demandaban siete hijos, algunos de los cuales estaban entrando a la adolescencia, de modo que Maruja empezó a incursionar en los negocios comprando y vendiendo perfumes y artículos de bazar; esto era del completo desagrado de Rafael Horacio, quien consideraba que esta actividad no era necesaria y porque además él le tenía pavor a las deudas. Pero Maruja aspiraba ser de su ayuda a fin de que juntos lograran tener una casa propia y comprar un carro. Ella tenía habilidad como vendedora, pero desafortunadamente no tenía la habilidad para administrar bien el dinero. Siempre fue una compradora compulsiva y se deslumbraba por cuanta cosa nueva le ofrecían. Probó suerte con otros negocios, alquiló un local en el centro de la ciudad en el que vendía artículos de bazar, años después remató todo y abrió una floristería en un local que le vendieron en la plaza de mercado (La galería). En ninguno de estos negocios le fue bien. Con el paso del tiempo fue endeudándose cada vez más y cuando ya no tuvo la capacidad de pago recurrió a prestamistas usureros, cavando un hueco del cual nunca pudo salir y atándose con cadenas de las cuales no pudo liberarse; se convirtió poco a poco en una esclava de las deudas.

En julio de 1976 su hijo Jairo viajó al Ecuador a cursar sus estudios Universitarios y ese mismo año el 18 de octubre falleció don Rafa de un infarto cardiaco, él había sufrido una trombosis un año antes, dejándolo incapacitado de poder valerse por si mismo, de manera que Maruja y sus hijos tuvieron que cuidar de él, es lo menos que podían hacer por un hombre que había sido bueno y noble con con todos ellos. Con la muerte de su suegro las cosas nuevamente se pusieron difíciles para Maruja, ya que su suegro dejó un testamento estipulando que la casa en la que vivían sería heredada en partes iguales por sus tres hijos varones, las mujeres heredaron otras propiedades.

Rafael Horacio trató de negociar la parte de la herencia que le correspondió a sus hermanos Alonso y Hernesley, ofreciéndoles comprarles su parte, valor que él les pagaría con un préstamo hipotecario que haría con el banco, pero estos prefirieron venderle la parte de su herencia al señor Arturo Guevara, propietario del almacén “El Principe” que colindaba con la casa, propiedad que era de su interés para poder ampliar su negocio y quien les ofreció una cantidad mayor de dinero. A Rafael no le quedó otra alternativa que venderle también su parte al señor Guevara. De modo que el deseo de Rafael Horacio y Maruja de obtener esa propiedad se desvaneció como en un sueño. Don Arturo al poco tiempo demolió la hermosa casa que con tanto esfuerzo y con sus propias manos construyó don Rafa. A partir de allí Maruja y su familia nuevamente estuvieron viviendo en casas alquiladas.
Estando en Ecuador Jairo se convirtió a la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Dias y animó a su familia a hacer lo mismo. En 1978 Jenny Maricela viajó a Guayaquil para estudiar medicina en la Universidad Estatal y se estableció en el apartamento en el que vivían sus primas Carmen Eliza y Mónica, quienes también habían ido a estudiar medicina en Guayaquil. En 1979 Jairo abandonó sus estudios y salió a servir una misión proselitista por dos años, antes de irse bautizó a Jenny Maricela y le pidió a un amigo Guayaquileño llamado Aldo Casal Montero, quien había sido enviado a servir como misionero en la misión Cali, que si alguna vez lo asignaban a Tuluá buscara a su familia y le enseñara el evangelio, lo cual sucedió casi un año después. Aldo logró convertir a Maruja y a cuatro más de sus hijos. Rafael Horacio nunca se unió a la Iglesia, pero animaba a su familia a asistir a las reuniones dominicales. Por su parte Jairo, estando ya en la misión, bautizó también a su hermano Ricardo en diciembre de 1980, quien fue a buscarlo hasta Ipiales, ciudad donde se encontraba asignado en esa época, para ser bautizado por él.

En 1980 Rodolfo viaja a Ecuador para estudiar en ese país y Carlos viajó en 1982, ambos se graduaron de odontólogos, contrajeron matrimonio con las ecuatorianas Denisse Eneida Cabezas Zavala y Sandra Priscilla Alvarez Cueva y retornaron a Tuluá para radicarse allí, repitiendo la historia de Rafael Horacio.

Rodolfo y Eneida tuvieron tres hijos nacidos en Tuluá: Valeria Isabel (1994), Daniela Alejandra (1996) y José Miguel (2000), pero unos años después Rodolfo y toda la familia Díaz se encontraron con la novedad, de que durante su juventud, Rodolfo había tenido un desliz y embarazó a una jovencita llamada Flor María Valencia Ríos, quien tuvo un hijo al que le puso por nombre Victor Andrés (1979), este suceso era del total desconocimiento de él. Flor María murió repentinamente después de haber estado preparando manjar blanco, metió la cabeza en un tanque de agua fría y aparentemente se le reventó un aneurisma. Rodolfo habiéndose enterado de la existencia de Victor fue en busca de él. Después de conocerlo, Rodolfo lo aceptó como su hijo y Victor entró a formar parte de la familia como el nieto mayor de Maruja.

Por su parte Carlos y Sandra tuvieron dos hijos: María Fernanda (1994) nacida en Guayaquil y Rafael Antonio (1997) nacido en Tuluá.

En 1983 también viajó al Ecuador su hija Ligia María, ella había contraído matrimonio recientemente con el tulueño Francisco Javier Molina Arbelaez, quien deseaba estudiar medicina y se radicaron en Guayaquil. Tuvieron una hija que nació en esa ciudad en 1984 a la que le pusieron por nombre María del Carmen, pero fue conocida como Kathy. Francisco logró graduarse de médico, lastimosamente el matrimonio de ellos terminó en divorcio. Ligia retornó a Tuluá con su hija y no se volvió a casar. Posteriormente ambas se radicaron en los EEUU.

Cuando Jairo retornó de su misión en el año 1981, continuó sus estudios universitarios. Contrajo matrimonio con Janina Carmen Pazmiño Rodríguez en 1984, con quien tuvo cuatro hijos: Daniel Ernesto (1985), Pamela Adriana (1986), Giana Vanessa (1989) y Jessica Priscila (1992). Jairo se convirtió en Ingeniero Industrial y en un líder eclesiástico de su Iglesia, de modo que nunca retornó a Colombia, como era el deseo de sus padres. En el año 2013 viajó a los EEUU junto con su esposa para radicarse en ese país, lugar donde ellos habían enviado a estudiar a sus tres hijas; ellas contrajeron matrimonio y se establecieron allá con sus respectivas familias. Jairo y Janina tuvieron que dejarlo todo para estar cerca de sus hijas y ver crecer a sus nietos. Daniel Ernesto, su hijo mayor, se quedó en Guayaquil y contrajo matrimonio con Erika Grunauer Calle.

En el año 1986 también viajó a Guayaquil su hijo Ricardo Antonio llevando a su familia. Había contraído matrimonio con Sandra Patrícia Arbelaez Sánchez y tenía tres hijos: Ana María (1982), Jenny Isabel (1984) y Ricardo Andrés (1985), todos nacidos en Tuluá. Quiso probar suerte en ese país, pero como las cosas no salieron bien retornaron un año después a Tuluá, ciudad donde tuvieron otro hijo, Rodolfo Iván (1988).

Entre los años 1980 y 1990 la juventud Tulueña fue inundada por una ola de alcohol y drogas, grupos de mafias expendedoras de alcaloides fomentaban fiestas y diversión y muchos jóvenes sucumbieron ante el vicio del crack y la cocaina. Un porcentaje considerable de estos jóvenes murieron por sobredosis, otros en manos de la policía, o asesinados por los mismos distribuidores de drogas. Otros desaparecieron y nunca más se supo de ellos. Muchas familias Tulueñas fueron diezmadas por esta “pandemia” social. Maruja sufrió la pérdida de su hijo Ricardo Antonio, el cual desapareció en 1990. Ella pasó el resto de su vida anhelando volverlo a ver.

A principios del año 1991 su hijo Raúl Horacio decidió establecer un hogar con Martha Liliana Rivera Millán, ellos también viajaron a Guayaquil con la ilusión de establecerse allá para estudiar y trabajar, pero debido a que su hermano Jairo no estaba en condiciones de apoyarlos económicamente y su papá tampoco, tuvieron que regresarse a Tuluá. Ese mismo año en septiembre tuvieron a su primera hija Diana Carolina (1991). Posteriormente tuvieron otra hija a la que llamaron Laura Sofía (2006).

El problema de las deudas y la desaparición de su hijo llevaron a Maruja a una gran depresión, no tuvo la fe necesaria para poner su esperanza en Dios y tuvo serios problemas con el licor y el cigarrillo, vicios en los que estuvo sumida por varios años.

Para cuando Rafael se enteró de la crítica situación financiera en que se encontraba Maruja ya era bastante tarde, él no estaba en capacidad de pagar lo que ella debía y la relación entre ellos se volvió tirante.

El 8 de febrero de 1992 falleció Rafael Horacio de un infarto cardiaco a la edad de 62 años. Esta fue otra prueba dura para Maruja, porque a pesar de todas las dificultades matrimoniales que habían tenido que sortear a lo largo de sus vidas, ambos habían permanecido fieles el uno al otro y nunca se habían separado. Podría decirse que se amaban a su manera. Rafael Horacio no fue muy afectivo con Maruja, pero nunca se fue de la casa sin despedirse de ella con un beso en la boca y lo mismo hacía al retornar a la casa, costumbre que fue adoptada por sus hijos varones cuando formaron sus propios hogares.

En 1993 su hija Jenny Maricela se involucró en una relación sentimental con el doctor Gilberto Taborda Peláez con quien tuvo un hijo al que le puso por nombre Alejandro (1994). Nunca se casaron ni formaron un hogar, fue una relación de tres años pero no lograron comprenderse. Jenny Maricela se dedicó a formarse profesionalmente, hizo una especialización de cirugía estética en Brasil, nunca se casó y al retornar a Colombia se radicó en Medellín en compañía de su hijo, convirtiéndose en una profesional exitosa.

El 5 de septiembre de 2011 Maruja tuvo que pasar por otra durísima prueba con la muerte de su nieto Ricardo Andrés, quien murió asesinado de varios disparos. Este hecho la sumió en una profunda tristeza y fue el inicio de su declive emocional y físico. Empezó a tener problemas con sus riñones y fue sometida a diálisis; posteriormente sufrió un derrame cerebral que no fue detectado a tiempo y a partir de allí no logró recuperarse. Su salud se fue deteriorando poco a poco a pesar de los esfuerzos de su hijo Raúl quien la tenía a su cuidado y con el cual había estado viviendo desde la muerte de su esposo.

En el 2012 a pesar de su mala salud viajó a Guayaquil por última vez para visitar a su hijo Jairo y su familia. Ella llegó a amar a Colombia, pero siempre añoró el Ecuador, país que visitó varias veces a lo largo de su vida, incluso para asistir a los funerales de sus primas Lastenia y Mercedes María, hechos acaecidos en el 2002 y 2005 respectivamente.

El 22 de enero de 2014 una nueva tristeza embargó su vida, su nuera Martha, esposa de Raúl, perdió a su hija Sara, quien nació muerta. Durante su vida Maruja perdió a sus padres, sus hermanos, sus primas, sus suegros, un hijo, dos nietos y muchos de sus amigos y amigas. De sus parientes contemporáneas solo le sobrevivieron a ella, sus primas Lelia Morales Centeno y Yolanda Rodríguez Jara.

En la etapa final de su vida fue llevada a Medellín, con la esperanza de que pudiera recibir atención profesional especializada, bajo la dirección de su hija Jenny Maricela y que permitiera una recuperación, aún cuando fuera parcial, de su crítica condición, pero no funcionó. Falleció en Medellín el 27 de mayo de 2014 a la edad de 85 años. Fue traslada a Tuluá. Su velorio se realizó en una de las capillas de La Iglesia de Jesucristo De los Santos de los Últimos Días; el servicio funeral se llevó a cabo el jueves 29 de mayo y fue sepultada en el cementerio “Parque de paz los Olivos”, lugar donde también fueron sepultados previamente su esposo, su nieto Ricardo Andrés y su nieta Sara. Asistieron todos sus hijos, nietos y bisnietos, excepto su hija Ligia y su nieta Kathy, quienes aún no tenían una residencia permanente en los EEUU y no pudieron salir del país.

Tanto Rafael Horacio como Maruja fueron fieles hasta el final de sus días, a la promesa que se hicieron el uno al otro, de no revelar nunca a su familia, que Ligia María no era hija de él. Pero entre cielo y tierra no hay nada oculto. La verdad salió a la luz en 1986 a través de un primo hermano de Janina, la esposa de Jairo, quien trabajaba en el Registro Civil y a quien Ligia María le pidió que le ayudara a obtener una partida de nacimiento original, la cual ella necesitaba para realizar un trámite en la Facultad donde estudiaba su esposo. Fue entonces cuando apareció la partida en la que Ligia figuraba con otro padre. Tiempo después cuando Ligia volvió a radicarse en Tuluá, le preguntó a ellos sobre este particular y ambos lo negaron.

Maruja fue una mujer singular, manifestaba sus sentimientos y emociones abiertamente. Era muy expresiva en sus gestos al hablar; trataba a las personas con afectividad, en ocasiones en forma extrema. Pero también usaba ciertas malas palabras con frecuencia y sin rubor, costumbre que aprendió de Mercedes María. Procuraba disfrutar de la vida plenamente. Reía con efusividad como una niña hasta las lágrimas, pero cuando se molestaba por algo podía llegar a tornarse iracunda y ofensiva. Se resentía con facilidad y era tarda en olvidar los agravios. En algunos casos nunca perdonó a las personas que la ofendieron por algún motivo.

Físicamente tenía el aspecto de una mujer gitana y le encantaba la música flamenca. Cantaba afinadamente y era muy emotiva al cantar, sobretodo con canciones como “Ay, pena, penita, pena”, “A tu vera”, “La bien pagá” etc. En una ocasión lo hizo ante un numeroso público durante una fiesta en el Club Campestre “La ribera”, del cual fueron socios por un corto periodo de tiempo.

Se esforzó por ser feliz y hacer feliz a su familia. Gozo del éxito de sus hijos, cuatro de los cuales obtuvieron títulos universitarios, así mismo sufrió amargamente los fracasos y errores que ellos tuvieron. Rió con ellos, lloró con ellos, bailó con ellos, cantó con ellos, paseó con ellos. Asistió a sus graduaciones y a sus matrimonios, cosa que no hizo Horacio. Podría decirse que los amó profundamente, lo cual la llevó a veces a ser exageradamente permisiva; este error le pasó factura y tuvo que pagarlo con muchas horas de sufrimiento y llanto.

Al momento de morir su posteridad estaba conformada por: Siete hijos, diecinueve nietos y 12 bisnietos. Dejó este mundo sin lograr su sueño de tener una casa propia, un carro y un perro pastor Collie.

Biografía escrita por Jairo H. Díaz Cortéz.











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