domingo, 9 de abril de 2017

Biografía de María Bertilda Arana Soto (Mi abuela paterna).

María Bertilda Arana Soto (Abuela paterna).

Fue la  cuarta de once  hermanos. Hija de Pablo Antonio Arana Cáceres y Licenia Soto García. Nació el 21 de Marzo de 1905 en Roldanillo, Valle del Cauca, Colombia.

Sus hermanos fueron: Juvenal (1898-1898), Petronila (1900-1977), Manuel Sabel 1903-1979),  Licenia (1907- 1981), Pablo Antonio (1908-1964), Cristina (1910-1911), Cristina II  (1912-1969), José Estebán (1915-1915), Eloisa (1915- 1916) y María Ventura (1918-1918). Los primeros seis nacieron en Roldanillo y los otros cinco nacieron en Zarzal, de los cuales solamente seis llegaron a la edad adulta.

Nació y creció los primeros años de su vida en una finca que sus padres tenían en Roldanillo.  En 1910 cuando ella tenía apenas cinco años de edad su familia decide mudarse a la ciudad de Zarzal;  lugar donde su abuelo José Alonso Arana, quien había contraído matrimonio en segundas nupcias con la señora María Florentina Maldonado Escobar en 1898, después de quedar viudo de su primera esposa  María Engracia Cáceres García, se había mudado también hacía unos cuantos años.

 Su padre Pablo Antonio no tuvo una buena salud y padecía de asma, murió en 1917 de un ataque asmático a la temprana edad de 40 años, dejando viuda a Licenia quien tan solo tenía 37 años de edad. Cuando esto ocurrió sus hijos tenían las siguientes edades: Petronila (17), Manuel (14), María Bertilda (12), Licenia (10), Pablo Antonio (9), Cristina (5) y estaba embarazada de una niña a la que llamó María Ventura, pero que murió ese mismo año.

A pesar de que su mamá quedó viuda bastante joven, nunca volvió a casarse. No le resultó fácil terminar de criar a sus hijos y tuvo que depender de la ayuda de su suegro José Alonso Arana, quien aún cuando tenía otra familia, no la desamparó. José Alonso no era un hombre rico, pero tenía una buena situación económica y era un hombre respetado y bien relacionado en la comunidad, no solo en Zarzal, sino también en Roldanillo y Cartago. María Bertilda y sus hermanos menores crecieron viendo en su abuelo José Alonso la figura paterna de la familia, a quien llegó a querer mucho.

María Bertilda tuvo una educación limitada, pero aprendió a escribir y leer bien. Cuando su familia se mudó a Zarzal, ese sitio recién había sido reconocido como municipio por un decreto Nacional del presidente de Colombia, el General Rafael Reyes, el 12 de Febrero de 1909.  Ella escasamente logró terminar la educación elemental, pero no estudió el bachillerato, cosa común en esa época, no solo por razones económicas, sino porque las mujeres eran requeridas en la casa para ayudar con los quehaceres domésticos. Además no existía en Zarzal un colegio para señoritas.

Cuando tenía 18 años de edad conoció a Rafael Antonio Díaz, un forastero que había llegado a ese sitio hacía unos pocos años atrás,  para trabajar en la construcción del ferrocarril y quien además ayudó a construir la estación de Zarzal en el año 1923, la cual fue diseñada por el Ingeniero Arturo Arcila Uribe, radicándose temporalmente en ese pueblo. Él era natural de Titiribí, Antioquia. Pronto se enamoraron y María Bertilda logró que su abuelo, José Alonso, aprobara la relación, pues él se dio cuenta que Rafael era un hombre honesto y trabajador; además había recibido buenas referencias de él por parte de una familia de apellido Paneso, quienes habían acogido a Rafael en su casa y hasta le habían ayudado a aprender a leer y a escribir.

Rafael Antonio y María Bertilda se casaron en Zarzal el 27 de Septiembre de 1924 en la parroquia Nuestra Señora de las Mercedes, tal como consta en el volumen # 4 del libro de Matrimonios de 1898 a 1927, página 145, siendo testigos de su matrimonio Alonso Arana (su abuelo), Salomón Rojas (Pariente politico) y sus hermanas Petronila Arana y Licenia Arana. Rafael Antonio tenía en ese entonces 28 años de edad y María Bertilda tenía 19 años.

Los primeros cuatro años de su matrimonio ellos permanecieron en Zarzal. Rafael Antonio aprendió bien la albañilería y se dedicó a trabajar en este oficio mientras vivieron allí. En Zarzal nacieron dos de sus hijos. A su primogénito ella le puso José Alonso (1925- 1995) en honor a su abuelo y a la segunda llamaron María del Carmen (1927-2006), en memoria de la mamá de Rafael Antonio.

El 21 de Febrero de 1929 encontrándose Bertilda embarazada de su tercer hijo, falleció su abuelo José Alonso. Pocos meses después decidieron mudarse a la ciudad de Tuluá, lugar que para entonces empezaba a convertirse en un gran centro comercial, se estaban construyendo muchas casas y había bastantes fuentes de trabajo.

Tuvieron siete hijos, cinco varones y dos mujeres. Sus primeros dos hijos,  como ya se mencionó, nacieron en la ciudad de Zarzal; sus otros cinco hijos Rafael Horacio (1929-1992),  Orfelina (1933- vive), Hernesley (1936- vive), Hernán (1941- 1942)  y Hernán II (1943-1954), nacieron en la ciudad de Tuluá.

Los primeros diez años en la ciudad de Tuluá fueron difíciles para ella, pues tenían cinco hijos y la condición económica de su familia era muy limitada, a pesar de que su esposo trabajaba muy duro y se esforzaba por proveer todo lo necesario para los suyos. 

En 1941 cuando empezaban a estar en una mejor situación, Dios los bendijo con un hijo al que llamaron Hernán, pero el niño contrajo una infección intestinal y falleció siete meses después de su nacimiento, el 01 de marzo de 1942, lo cual le causó gran tristeza. 

El 05 de enero de 1943 falleció su mamá. Bertilda se encontraba de tres meses de embarazo de su último hijo.  Ella, su esposo Rafael y sus cinco hijos viajaron al Zarzal para asistir al sepelio. 

El 16 de julio de ese mismo año nació su hijo al cual también nombraron Hernán, este acontecimiento le trajo gozo ya que alivió en gran manera la perdida del primero. Desafortunadamente cuando Hernán tenía cuatro años de edad contrajo poliomielitis, lo cual le afectó parte de su cuerpo causándole limitaciones en un brazo y una pierna.  Los de la familia le llamaban cariñosamente "Pepo, papo, patepuño", aun cuando ahora su apodo nos suena un tanto cruel. 

En 1950 Bertilda y su familia se mudaron a una hermosa casa que su esposo construyó con gran esfuerzo y sacrificio en la carrera 24 #26-46, en todo el centro de la ciudad de Tuluá. Era una casa bien construida de ladrillo y cemento con techo de tejas, tenía cinco habitaciones grandes con puertas de madera fina muy bien hechas y una habitación pequeña para empleada;  contaba con dos salas de visita muy amplias y frescas y una sala comedor, dos baños y un patio grande, también tenía un cuarto pequeño que servía de bodega, llamado en Colombia cuarto de reblujo. En la parte de enfrente, la casa contaba además con un local comercial, el cual alquilaron a don Gregorio Rengifo donde él y sus hijos tuvieron una relojería y joyería por muchos años. 

Bertilda nunca tuvo empleada, ella misma cocinaba. Su esposo le enviaba las compras desde su tienda y algunos otros víveres eran enviados por doña Clara Gutiérrez, la suegra de su hija Carmen, con un empleado sordo mudo que doña Clara tenía al cual apodaban "Pelín". Doña Clara tenía un pequeño hotel llamado "El Faro" con servicio de restaurante, el cual quedaba en la misma manzana, pero en la parte posterior de la casa de Bertilda. 

La prueba más dura en la vida de Bertilda se suscitó  en Junio de 1954. Hernán desapareció dramáticamente durante unas festividades en la ciudad.  Se supone que murió ahogado al caer al río Tuluá. Él había sido confiado ese día al cuidado de su tía Licenia, pero en un descuido de ella, quien se distrajo viendo a un grupo musical, Hernán se acercó peligrosamente a la orilla del río, que en ese entonces se hallaba muy crecido y aparentemente alguien lo empujó, pues había mucha gente. Testigos afirmaron haber visto caer al río a un niño. Su cuerpo nunca fue encontrado. Tenía once años de edad.

Esta fue una gran tragedia para toda la familia. En ese entonces sus hijos Alonso y Carmen estaban ya casados y tenían sus propias familias y su hijo Rafael Horacio se encontraba estudiando Odontología en Guayaquil, Ecuador. Sus otros dos hijos Orfelina  y Hernesley todavía estaban con ellos.

La muerte de su último hijo los afectó mucho a ambos, pero Bertilda nunca logró superar esta difícil prueba y se volvió una  persona taciturna; ella siempre había sido una devota católica, pero lo sucedido con Hernán la convirtió en una persona más religiosa. Buscaba consuelo en el Señor yendo a menudo a rezar a la Iglesia de San Bartolomé, la cual quedaba a sólo tres cuadras de su casa. También tenía en su habitación  un reclinatorio para orar a menudo de rodillas, un bonito misal con tapa de nácar, varias camándulas de diferentes diseños y mantos de varios colores, los cuales usaban las mujeres en esa época al asistir a la misa. 

Solía pasar largos ratos meditando sentada al pie de un árbol de limón que había en el patio de su casa. Le gustaban los gatos, tenía algunos y hasta en las paredes del comedor ella había colgado dos grandes cuadros con figuras de gatos pequeños. También tenía en su casa dos perras pekinesas, una se llamaba "Perica" y la otra "Katia", aunque es muy probable que estas eran de su hija Orfelina.

Bertilda falleció una mañana del jueves 18 de junio de 1964 a la edad de 59 años, como producto de un infarto cardiaco, ocasionado aparentemente por un disgusto familiar. Es muy posible que así haya sido, sin embargo, después de haber estudiado yo a sus ancestros directos, tanto paternos como maternos hasta el año 1750, pude darme cuenta que gran parte de sus ancestros, con excepción de su abuelo José Alonso Arana, fallecieron antes de cumplir los 60 años de edad, la mayoría por infartos cardiacos.

Bertilda no era una mujer hermosa físicamente, pero tenía un rostro armonioso y dulce, que hacía que fuera fácil amarla. No era blanca como su papá; ella heredó el color de piel y los rasgos mestizos de su mamá. Era de estatura mediana, de contextura delgada, pelo y ojos negros y tez pálida. Siempre estaba bien vestida y lucia pulcra.

Comentario personal.

Bertilda Tuvo un total de 20 nietos, once varones y nueve mujeres, de los cuales 14 habíamos nacido cuando ella falleció. Mi hermano Carlos tenía un mes de nacido y ella no alcanzó a conocerlo.

Cuando esto ocurrió yo tenía seis años de edad,  pero recuerdo claramente, como si hubiera sido ayer, cuando mi papá me llevó a su velorio. Él me tomó en sus brazos y me alzó ante el ataúd para que yo la viera, era la primera vez que yo veía a una persona muerta. Ver su cuerpo inerte me causó una extraña sensación de desconcierto, pero no de temor. La observé detenidamente y su rostro me pareció como si fuera de cera, estaba vestida con ropa blanca, en la cintura tenía un cordón también blanco con unas borlas y en sus manos su lindo misal de nácar y  una camándula de piedras blancas. Observé a mi papá y vi que estaba pálido, pero no lloraba. Le pregunté porqué ella había muerto y me dijo: "Todos tenemos que morir algún día".  Estuve muy asustado todo ese día sin entender lo que a mi abuela le había sucedido. Mi mamá me dijo que ella había ido a otro lugar llamado cielo donde mora Dios. El ataúd, los arreglos florales, los cirios encendidos y los ornamentos que se acostumbran poner, fueron una experiencia nueva y extraña para mi. 

Todos nosotros sus nietos, con excepción de Carmenza asistimos a su funeral. Mi tía Carmen llevó a sus tres hijos varones Libardo, Edgar y Harold; mis padres nos llevaron a todos nosotros, incluyendo a mi hermano Carlos, pues no tenían con quien dejarlo en casa; mi tío Alonso y su esposa Graciela llevaron a Rafico, Bertha y Mary; y mi tío Hernesley  y su esposa Edilma llevaron a Julio César que tenía un año de edad. Era la primera vez que yo veía a casi todos mis primos, o por lo menos así lo recuerdo. Fue sepultada en el cementerio de Tuluá, ubicado cerca del Barrio  llamado "Palo bonito". 

Nota: La razón por la que Carmenza, quien tenía para entonces 12 años de edad, no estuvo presente en el funeral, se debió a que ella se encontraba en el internado y se enteró de su muerte un mes más tarde cuando regresó a  Palmira para las vacaciones de verano. Cuando mi tía Carmen la recogió, Carmenza la  notó muy triste y mientras viajaban en el carro lloró, Carmenza le preguntó qué pasaba, pero ella no le dijo nada. Cuando llegaron a la casa le contó lo sucedido. Era 18 de julio, justo un mes después de su fallecimiento, fue un gran golpe para Carmenza, ya que no solo había perdido a su abuela, sino que además no había podido asistir a su funeral. 

Creo que fue muy lamentable que perdiéramos a nuestra abuela tan prontamente, pues esto nos impidió compartir con ella vivencias que hubieran sido inolvidables.

Fueron pocas las veces que mi papá me llevó a casa de mis abuelos cuando yo era un niño, pero tengo grabadas en mi memoria todas esas ocasiones, pues mi abuela siempre me atendió amablemente. No era muy afectiva físicamente, no recuerdo que me haya abrazado o besado, pero si se esmeraba por hacerme sentir bienvenido.

En una de esas visitas, yo tuve una caída al jugar en los muebles de su sala y me rompí el mentón de modo que sangré mucho, ella estaba muy angustiada y nerviosa, mi papá me llevó a un lugar para que me curaran y cuando volvimos a la casa ella me brindó agua de panela con pan de yuca para que se me pasara el susto, creo que esa fue la última vez que la vi con vida.

Reseña biográfica hecha por: Ing. Jairo H. Díaz C. (e-Mail: diazjh58@hotmail.com). 

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